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martes, 25 de febrero de 2014

Mil palabras

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. No es cierto. ¿Cómo si no podría yo expresar tanto con tan solo una imagen? Mi voz son las letras, las palabras. Esas que están impregnadas en sentimientos. Esas que hablan por sí solas.
Yo no puedo explicar tan plenamente mi angustia a través de una imagen. En cambio, con las palabras puedo describir cómo una vez sentí que el corazón se me oprimía fuertemente, encogiéndolo, apretándolo, vaciándolo, haciendo tanta fuerza como para mantenerlo parado, luchando contra sus pálpitos naturales. Puedo describir cómo mi interior sangraba cuando el alma me era desgarrada, fibra a fibra. Por primera vez comprendí lo que es el alma. Habría preferido no haberlo sabido jamás. Era un dolor bastante más fuerte que el del corazón. Quizás porque nunca antes lo experimenté. Quizás porque, simplemente, duele más. No lo sé. Lo único que sé es que cada vez que recuerdo el conjunto de esos dos dolores los ojos se me inyectan en sangre y dejo de ser persona. Noto sin sentir una lágrima deslizándose por mi mejilla, dejando una marca clara en mi maquillaje, salándome la cara, cayendo al suelo y dejando una imperceptible marca, evaporándose hasta llegar al cielo, esparciéndose gracias al viento, transportando partículas de sufrimiento a recónditos lugares del mundo, adhiriéndose a la piel de las personas, causando inquietantes escalofríos, compartiendo mi dolor con el entorno.
Y de repente, despierto. Miro al horizonte, me garantizo fuerza, fortaleza. Yo sola puedo. Yo puedo afrontar este doloroso hastío.
Aún así, doblo la hoja, me la guardo en el bolsillo y me lleno de fuerzas para sonreír ante el mundo, para tender la mano a aquellas personas que se lo han ganado, para susurrar al oído a esa persona que me llena de besos y me hace cosquillas prohibidas. Para mirarle fijamente a los ojos y pensar que por culpa suya me he acostumbrado a andar agarrada de la mano. Él me ha vuelto a enseñar a caminar, a llorar delante de la gente, a completar esta nueva yo.
Ahora dime, yo no he escrito mil palabras. Pero he transmitido mucho. ¿Podría una imagen transmitir tanto? ¿Aclarar todo eso? ¿Vale más una imagen que mil palabras, que menos de mil palabras?