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viernes, 6 de septiembre de 2013

Suspiros

Todos nos enamoramos alguna que otra vez. Es difícil cerrarle las puertas al amor. Y es que cuando uno está enamorado, suspira muy a menudo. Un abrazo de esa persona es mucho mejor que cualquier beso. Te llena de amor de tal manera que se te corta la respiración y notas como tu mente es invadida por una dulce bruma como lo es el algodón de azúcar. Una cálida sensación se apodera de cada extremidad de tu cuerpo. Tus ojos se cierran inconscientemente para disfrutar del momento y notas como la otra persona acaricia tu piel, haciendo que agradables escalofríos surjan en ella.
Una vez hayas sentido todo esto, ya no hay vuelta atrás. Porque te has enamorado y una tonta sonrisa se resiste a toda costa a borrarse de tu cara.
Y lentamente buscas los labios de la otra persona para saborearlos como nunca antes.
A mitad del beso, la sonrisa tonta renace, contemplas los profundos ojos de la otra persona, bajas la mirada a su boca y la acaricias con tus propios labios. Mordisqueas el labio inferior como muestra de cariño, y suspiras en secreto.

Miedo

Sueños, fantasías, dudas, incomprensiones, objetivos. Objetivos que parecen ser inalcanzables, pero que, quién sabe, puede que estén a nuestro alcance.
Todas esas cosas pasean como si fuese lo más natural del mundo por mi cabeza, a diario. Hacen que me pare a pensar mientras clavo la mirada en un punto perdido, haciendo caso omiso de lo que me rodea, llegando incluso a ignorar a la persona que me está hablando, obligándome a cerrar los ojos, a hacerme falsas promesas que jamás llegaré a cumplir, decepcionándome a mí misma, a vivir mi vida en sueños.
Y es que me parece que aunque no esté mal soñar, hay que vivir los sueños. Decepción tras decepción, desilusión tras desilusión, he aprendido que una persona no madura cuando alcanza cierta edad, si no que lo hace cuando en su interior surge un cambio. Algo que hace que actuemos de distinta manera a como lo haríamos antes. Algo que nos transforma y nos hace ver a las personas con otros ojos. Aprendiendo a ser más objetivos, sin dejar la subjetividad de lado. Dándonos cuenta de que lo que en realidad debemos hacer es elegir el sueño más importante de todos, nuestro objetivo más deseado; uno entre un millón; para centrarnos en él, y así poder cumplirlo sin tener que preocuparnos por los demás. Pudiendo completarlo, aprendiendo que la felicidad no se encuentra en el exterior. Aprendiendo que cada uno de nosotros puede encontrarla en su interior.
Y a eso tengo miedo, a olvidar todo esto que he aprendido en estos dos últimos años. A olvidar lo que he comprendido en este corto fragmento de lo que espero que sea mi vida, porque con tan solo dieciséis años, puedo decir con total seguridad, que en estos dos últimos años, he madurado.
Y eso no significa que a veces no me comporte como una cría, porque hay veces que es lo necesario. Desconectar para darme cuenta de que las cosas más insignificantes son las que nos hacen felices, y que los recuerdos, ya sean buenos o malos, perdurarán para siempre.
Y mientras una fría lágrima se desliza por mi mejilla, sonrío decidida a vivir cada día como si fuese el último, teniendo siempre en cuenta el futuro y recordando con sonrisas el pasado.