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sábado, 5 de octubre de 2013

Universo

No puedo más con esta sensación de inquietud. Con esa fascinación que tengo en el cuerpo. Pero sé que no tiene solución. Nuestro cuerpo, hecho de polvo de estrellas. Polvo de estrellas procedentes de intrigantes nebulosas. Los pelos de punta, con el corazón dando tumbos irregulares. El concepto del tiempo y la velocidad. De que todo está hecho de polvo de estrellas, de que todos somos iguales.
Peor aún así, no somos compatibles con cualquiera. Puede que la respuesta a esa extraña cuestión sea tan sencilla como hallar a ese o esos individuos idóneos, provenientes del polvo de la misma estrella que uno mismo.
Respirar el mismo aire brillante e impoluto, tan puro como el agua cristalina libre de perturbaciones, transparente y fresca. Y gracias a eso, despejarnos la mente e intentar encontrar la felicidad, ese bien tan ansiado por muchos. Pero, ¿qué es la felicidad? Cada uno respondería a eso de manera diferente, miles y miles de respuestas: el agradable abrazo de esa persona, la calma que nos invade al cerrar los ojos en un sitio tranquilo, el agua acariciando nuestra piel, correr y correr sin nunca para, soñar con los ojos abiertos, estar rodeado de la gente a la que quieres, beber un café con leche humeante...
Pero si nos fijamos atentamente, nos daremos cuenta de que son solo eso, momentos.
Porque... para que haya momentos felices, ¿no deben de haber momentos no tan felices?

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